miércoles, 20 de enero de 2010

La estación de los Sueños



¿Quién puede confiar en alguién?

¿Cómo volver a tener esa sensación bajo las venas?

¿Quién desea arriesgarse?

¿Cómo volver a ilusionarse?

El mundo gira muy deprisa y nadie mira a nadie. Nadie espera a nadie en la estación de los sueños. Un día me quedé esperando junto al andén y ví pasar trenes a toda velocidad. Iban y venían del país de la soledad, atestado de miradas inexpresivas y de bolsillos llenos de egoísmo. Nadie se fijó en el chico que esperaba paciente, junto al banco verde, con los ojos atentos en su busqueda perpetua de unos ojos cristalinos. Todos pasaron de largo y, ya en la noche cerrada, fue la nieve quien le hizo una visita.Creo que hize nevar con mis lágrimas para después desaparecer entre la bruma nocturna.

La gente vive alejada de lo verdadero. El caos me abruma y nadie tiene un segundo vital para llenarme de momentos. La multitud pasa de largo; se quedaron sin palabras de aliento que enciendan la pequeña llama de la esperanza.No pido mucho solo alguna palabra. Me quedaré mudo como ellos hicieron conmigo.

Cada día vuelvo a la estación de los sueños. Reviso los destinos con cautela:

15.00: Estacion de los sueños- Esperanza

16.00: Estación de los sueños-Deseperanza

17.00 :Estacion de los sueños-Soledad

18.00: Estación de los sueños- Apatía

Los releo a diario, desde hace tiempo. Me asusta enbarcarme solo en un viaje con destino incierto. Cada día, espero allí que alguién me sonría. Todos pasan de largo y al final, resignado, cojo el tren de las cuatro. Un tren nauseabundo de ojos vidriosos y oscuridad. Un tren que nunca me lleva a mi hogar. Nadie intercambia palabras alentadoras, solo expresan su malestar vital de crisis incendiarias y amor bajo cero. Al bajarme en la estación de Desesperanza me quedo dormido esperando el nuevo día; las nuevas caras.

Hoy ,una chica de ojos profundos se sentó junto a mí en el banco verde. Me sonrío y me dijo de subir al tren de las tres. Le sonreí y le dije que sí. Me trasmitió su luz y su energía. Creo que me emocioné tanto de conocerla que no supe usar las palabras adecuadas. Llevaba demasiados días mudo así que quise mostrarle todo mi ser en instantes. Creo que no entendió nada de lo que le dije.

Me monté en el tren muy rápido y escuché sus palabras alejándose entre la multitud:

-Me solivientas.

El tren se estropeó en ese instante y tuve que bajar aceleradamente con las manos manchadas de frío y el vaho cubriéndolo todo. Volví a montarme en el tren de las cuatro como en mi rutina diaria; cada vez más cansado de viajar.

Supongo que ella cojería el de las cinco. Ese tren es más cómodo. Nadie te molesta. Siempre estás solo.

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