martes, 21 de abril de 2009

La puesta en escena cinematográfica al servicio de la historia




La puesta en escena tiene su origen en la práctica de la dirección teatral. En el cine, se utiliza este término para expresar el control del director sobre lo que aparece en la imagen fílmica. Debido a su tradición teatral, el público exige realismo en la puesta en escena, pero esta exigencia es equivocada, puesto que no existe ninguna película realista, ya que este concepto depende directamente de las modas. Por ejemplo, una película de ciencia-ficción de los 80 podía parecer muy realista al público de esa década, pero a los espectadores de ahora les parecerá burda en sus efectos especiales y, por lo tanto, poco realista. Lo mismo pasa con el modo de actuar de los actores: en Lo que el viento se llevó (Gone with the wind, Victor Fleming, 1939) la actuación de, por ejemplo Vivien Leigh puede parecer actualmente exagerada y poco realista, pero en su época fue muy aplaudida.

El cine, a no ser que sea documental, no es nunca realista, puesto que el cine en sí mismo es ficción siempre, incluso cuando una película está basada en hechos reales; no se le puede pedir realidad a una ilusión, porque mata su esencia. Por ejemplo, en María Antonieta (Marie Antoinette, Sofía Coppola, 2006), el no realismo ayuda a contar una historia desde el punto de vista de su protagonista, cómo lo ve ella y cómo lo siente; si la directora hubiese querido hacer una puesta en escena más realista, se hubiesen perdido todas las connotaciones, significados y emociones que nos quería transmitir, una parte importante de la historia, la que no se cuenta en el guión, se hubiese perdido. Sin embargo, los cineastas principiantes, cuando construyen e idean un decorado, intentan que sea lo más realista posible; asocian realismo con calidad y buena documentación. Pero hace falta ir más allá, profundizar en la historia y en los personajes para hacer el decorado respecto a ellos; hay que adecuar el escenario, vestuario e iluminación al servicio de la historia, y no al revés, se debe reconocer la huella autoral en la puesta en escena.
Esto ocurre incluso en el cine dogma; la regla número uno del decálogo dice así: El rodaje debe realizarse en exteriores. Accesorios y decorados no pueden ser introducidos (si un accesorio en concreto es necesario para la historia, será preciso elegir uno de los exteriores en los que se encuentre este accesorio) . A pesar de la dificultad que impone esta regla, los decorados de las películas que la siguen también están al servicio de la historia; véase Celebración (Festen, Thomas Vinterberg, 1998), en la que la mansión en la que se celebra la reunión describe la posición social de los personajes y su pomposidad, la necesidad de aparentar, que luego se irá descubriendo a lo largo de la película.

De hecho, ninguno de los elementos de la puesta en escena es real: los personajes son actores, el decorado no pertenece al lugar donde está situado, el vestuario se ha hecho especialmente para la película y la iluminación está formada por fuentes de luz que no se ajustan a la realidad, pero que permiten a los cineastas crear composiciones claras para cada plano. Esto refuerza la idea de que la puesta en escena debe estar al servicio de la historia.

Todos y cada uno de los elementos de la puesta en escena por separado demuestran su utilidad a la historia. Y si por separado muchos de ellos (como la iluminación) tienen la suficiente fuerza para demostrar la hipótesis que se plantea, para demostrar que la puesta en escena completa de una manera muy extensa la historia que nos cuenta una película, unidos todos estos elementos, el significado subyacente de la puesta en escena cobra más fuerza que nunca.

La puesta en escena dirige nuestras expectativas sobre los hechos de la narración, es decir, nos da pistas sobre lo que sucederá en la historia y provoca interrogantes en el espectador acerca de ella. Pero, ¿esto se da siempre?, ¿qué ocurriría si una película careciera de varios elementos de la puesta en escena?
Veamos el ejemplo de Dogville (Dogville, Lars von Trier, 2003). En esta película, el escenario tal y como nos tienen acostumbrados es inexistente, toda la historia transcurre en una especie de habitación negra, con los lugares señalados en el suelo como si de un mapa se tratara. La iluminación es muy básica, lo justo para que la imagen se aprecie perfectamente. Todo este conjunto provoca una sensación de teatralidad, como si estuviésemos presenciando una obra de teatro. ¿Qué nos puede transmitir algo tan básico y simple? Pues, en realidad, mucho más de lo que pueda parecer. La puesta en escena tan primaria simboliza a la gente del pueblo, la teatralidad del escenario representa la falsedad de la hospitalidad y las buenas maneras de la gente de Dogville, todo es falso, todos son falsos.

Vemos de nuevo que la puesta en escena está al servicio de la historia, que está impregnada de ella, y que habla de lo que se cuenta sin palabras. La puesta en escena es mucho más que lo que se ve a priori, es, en definitiva, el mensaje invisible, un acertijo audiovisual que el director envía al espectador para que éste complete de manera definitiva la historia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

vinilos rockanrolla

indie/folk/electronic/rock/
soul/fotografía/nuevas tendencias
/7to arte/literatura/pensamiento libre/


MusicPlaylist
Music Playlist at MixPod.com